Chile se la juega


Frei y Piñera se disputan hoy la Presidencia de la República


Público


Hoy el pueblo chileno escogerá a su nuevo Presidente entre el derechista Sebastián Piñera (vencedor en la primera vuelta con el 44% de los votos) y el democratacristiano Eduardo Frei, quien el 13 de diciembre logró el 29,6%. Será probablemente una jornada muy emocionante, de resultado incierto hasta muy avanzado el escrutinio, puesto que la derecha no triunfa en unas elecciones presidenciales desde el 4 de septiembre de 1958 y no ha superado el 50% de los sufragios (imprescindible para relevar a Michelle Bachelet en La Moneda) en ninguno de los 26 comicios celebrados desde la derrota del general Augusto Pinochet en el histórico plebiscito del 5 de octubre de 1988.

Las estrategias de Piñera y Frei de cara a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales han sido muy diferentes. Mientras que el representante de la Coalición por el Cambio ha insistido en su discurso amable, en apariencia inofensivo, sobre la necesidad de la alternancia tras veinte años de gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia, Frei ha intentado atraer al 26,3% de electores que hace un mes apoyaron al independiente Marco Enríquez-Ominami y a Jorge Arrate, el candidato de la izquierda. Esta ineludible apuesta por superar las fronteras de una Concertación agotada históricamente le ha granjeado el apoyo de la mayor parte de las fuerzas de izquierda e incluso de Enríquez-Ominami, quien alcanzó un decisivo 20,1% y el miércoles anunció que votará por quien ya fue Presidente entre 1994 y 2000.

La solidez electoral de la derecha, pero también sus probadas dificultades para conquistar el apoyo de la mayoría ciudadana y la profunda crisis de la Concertación anuncian un nuevo escenario político y, al mismo tiempo, conceden una oportunidad inesperada para un avance significativo de la sociedad chilena hacia más democracia y más justicia social, en uno de los países donde la brecha entre ricos y pobres es más acentuada. Esta posibilidad se encarna en los doce puntos programáticos comprometidos el 20 de diciembre entre la candidatura de Eduardo Frei y el Partido Comunista y sus aliados ante la segunda vuelta.

La elaboración de una nueva Constitución en el año del bicentenario de la independencia, que sustituiría a la impuesta por la dictadura en 1980 (aún vigente, aunque reformada en 1989 y 2005), el mantenimiento del carácter público de la Corporación del Cobre (la principal fuente de ingresos del país, “el sueldo de Chile” según la definición acuñada por el Presidente Allende al lograr su nacionalización en 1971), el fortalecimiento de una educación y una sanidad públicas de calidad, la ampliación de los derechos de los trabajadores, el respeto a las exigencias de los pueblos originarios, la democratización de los medios de comunicación, la anulación del decreto-ley de Amnistía de 1978 o la construcción en torno a Unasur de un marco sudamericano de paz y seguridad cooperativa son algunas de las propuestas de hondo calado presentadas por Frei a la izquierda.

Este programa, principalmente las características de la nueva Constitución, plantea la posibilidad de un viraje histórico en Chile a partir del 11 de marzo, cuando Michelle Bachelet entregará la banda presidencial a su sucesor. Hablamos de la posibilidad de la anulación definitiva del legado institucional lastrado por la dictadura militar y del distanciamiento del modelo neoliberal que, antes que Margaret Thatcher y Ronald Reagan, Pinochet y los epígonos locales de los Chicago Boys impusieron a partir de abril de 1975, mientras la DINA y los otros organismos represivos de la dictadura se concentraban en el exterminio del movimiento popular.

Por el contrario, la victoria de Sebastián Piñera significaría la profundización de la privatización de la sanidad y la educación, los recortes de los escasos derechos sindicales y de los trabajadores, la privatización al menos parcial de la minería del cobre, mayores beneficios para las grandes empresas y el capital financiero, un retroceso en los derechos civiles producto de la hegemonía de los sectores fundamentalistas que dirigen los dos grandes partidos de la derecha (Renovación Nacional y, sobre todo, Unión Demócrata Independiente) y el fin de los juicios a los casi 800 represores de la dictadura actualmente procesados. Además, en política internacional, Piñera se aproximaría al papel que ejerce en América Latina el presidente Álvaro Uribe, a quien visitó en Colombia en julio de 2008 y le expresó su admiración por su política de “seguridad democrática”.

La historia de Chile registra una encrucijada similar a la actual. El 25 de octubre de 1938 el millonario Gustavo Ross, quien había amasado su fortuna como especulador en la Bolsa, disputó la Presidencia de la República al maestro Pedro Aguirre Cerda, candidato del Frente Popular, que unía a los partidos Radical, Socialista y Comunista. El derechista Ross perdió por apenas tres mil votos y el gobierno de Aguirre Cerda abrió una nueva época con su apuesta por la industrialización del país de la mano de la inversión pública y la aprobación de relevantes leyes sociales, algunas de ellas impulsadas por un joven diputado y desde 1939 ministro de Salubridad llamado Salvador Allende.

Hoy el pueblo chileno tendrá que escoger entre dos opciones para los próximos cuatros años: el retorno a las políticas económicas y “sociales” que muchos de los dirigentes de la derecha actual ya desplegaron durante la dictadura de Pinochet (y que condenaban a la pobreza a más del 40% de la población en 1989) o el apoyo a un nuevo programa que ha forjado una alianza entre las fuerzas del centro y la izquierda, a unas transformaciones democráticas que trazan en el horizonte las grandes alamedas de las que Salvador Allende habló una negra mañana de septiembre de 1973.

REBELION

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No Tengo - Mauricio Redoles

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Chile: ni nulo ni blanco

Alvaro Cuadra (especial para ARGENPRESS.info)


El actual proceso electoral ha decantado finalmente dos candidaturas que reeditan la clásica oposición entre la Concertación y la Alianza de derecha. Tal oposición, insistamos, no es novedosa. Lo inédito de estas elecciones es el contexto político en que se inscribe la dicotomía a la que asistimos. El país ha sido testigo de una clara división en las filas del oficialismo, lo que pone en riesgo la continuidad del conglomerado gobernante.

La candidatura ME-O ha sido un terremoto mayor en la Concertación de Partidos por la Democracia, cuyo epicentro es el Partido Socialista. La candidatura del díscolo parlamentario nace de las tensiones al interior de su partido, trizadura que se extendió rápidamente al resto de la coalición gobernante. Se trata, en estricto rigor, de una voz socialista disidente y crítica hacia los actuales dirigentes de su partido, en primer lugar, y hacia los mandos de los otros partidos, en segundo lugar. Esta crisis del “progresismo” es más un síntoma que la causa de la encrucijada presente que enfrenta el proyecto concertacionista.

Lo único claro del actual panorama político es que una Concertación dividida favorece las pretensiones de derecha. La posibilidad de un triunfo de Sebastián Piñera, en enero próximo, no sería tan sólo un paréntesis o un retroceso temporal del proyecto democratizador iniciado hace veinte años. Dicho en términos abstractos: un eventual triunfo de la derecha en Chile, inaugura un nuevo vector político e instala un “horizonte de sucesos” que estatuye su propio espacio judicativo. Un gobierno de la derecha supone el inicio de un proceso destinado a reconfigurar el imaginario histórico social que bien pudiera extenderse mucho más allá de un periodo presidencial.

Para los sectores comprometidos con una profundización de la democracia, un triunfo de la derecha significa la connivencia explícita entre el gran capital y el Estado, una fórmula adversa a los intereses de los miles de empleados y trabajadores que forman la mayoría de la sociedad chilena. Como sabemos muy bien, hasta el presente la derecha ha sido más bien el “problema” y no la “solución” a las demandas legítimas de los más diversos sectores sociales. La derecha ha sido un obstáculo objetivo para implementar reformas sustanciales en cuestiones tan sensibles como Derechos Humanos, Legislación Laboral, Regulación Medioambiental, Fiscalización a los Fondos Previsionales, sólo por mencionar algunos.

Si bien el actuar de la Concertación durante estos años no ha sido notable, no es menos cierto que el de la derecha ha sido mucho peor. Abusando de una Constitución hecha a su medida, protegiendo y amparando a civiles y uniformados que violaron derechos fundamentales de los ciudadanos, con el control casi absoluto de los medios y con la gestión monopólica del orden económico, han convertido a Chile en su propio negocio, dejando fuera a millones de compatriotas que siguen con un salario mínimo miserable. En pocas palabras, más allá de su demagogia de última hora, la derecha chilena ha sido enemiga del cambio. Por todo ello, en la próxima elección presidencial no basta con votar nulo o blanco.

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Votar hasta que duela

Manuel Cabieses Donoso

Punto Final


Los ricos están más ricos que nunca, así que no sé cuánto más se van a enriquecer con Piñera ”.
(Escritora Isabel Allende, 17 de diciembre 2009) .

En ningún otro momento del último medio siglo la derecha estuvo tan cerca -como ahora- de apoderarse del gobierno mediante el voto ciudadano. Las elecciones del 13 de diciembre dieron al empresario Sebastián Piñera una ventaja de 14 puntos sobre el senador y ex presidente Eduardo Frei: 44,05% contra 29,60%. Sin embargo, a medida que se acerca la segunda vuelta del 17 de enero, el panorama comienza a cambiar. Bajo la superficie triunfalista de las encuestas y de los medios de comunicación, asoman de nuevo -en ayuda de la Concertación- las maltratadas reservas de voluntad democrática para enfrentar al poder oligárquico. Se trata de la última línea de defensa de una coalición de gobierno extenuada por sus inconsecuencias, sus querellas internas y la corrupción de muchos de sus funcionarios y representantes. Sin embargo, a falta de una alternativa popular y democrática, transformadora de la sociedad, que aún no logra emerger, la Concertación de Partidos por la Democracia representa el “mal menor” capaz de contener la voracidad de una oligarquía arrogante e inescrupulosa. Don Dinero pretende administrar el poder total en Chile, enmascarando su dictadura con el voto obtenido a través de la manipulación de las conciencias, tal como soñó el pinochetismo con su Constitución de 1980, todavía vigente.

Un poco de historia

La tentación del gran empresariado por administrar la suma del poder político, social y económico tiene ya su historia, en el Chile moderno. El primer intento -casi exitoso- lo hizo en 1938 el millonario especulador de la Bolsa y ex ministro de Hacienda, Gustavo Ross Santa María. Pero fue derrotado en forma estrecha por el abogado y profesor radical Pedro Aguirre Cerda, candidato del Frente Popular (radicales, socialistas y comunistas) que alcanzó el 50,26% contra 49,33% de Ross. En 1952, otro empresario -fundador de una de las principales fortunas del país-, Arturo Matte Larraín, trató también de imponer su riqueza para ser elegido presidente de la República. No tuvo éxito, pero consiguió 27,81% de los votos. Fue derrotado en forma contundente por un ex dictador (1927-31), el general (r) Carlos Ibáñez del Campo (46,8%), que también superó al radical Pedro Enrique Alfonso (19,95%) y al socialista Salvador Allende Gossens (5,44%), que hacía su primer intento de llegar a La Moneda. En 1958, un empresario -con más pergaminos que Piñera- ganó la Presidencia de la República. Jorge Alessandri Rodríguez, presidente de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC) y de la poderosa Confederación de la Producción y el Comercio, independiente afín al Partido Liberal, hijo del ex presidente Arturo Alessandri Palma (1920-25 y 1932-38), obtuvo 31,2% de los votos. Superó en forma estrecha al socialista Salvador Allende (28,91%), al democratacristiano Eduardo Frei Montalva (20,75%), al radical Luis Bossay Leiva (15,43%) y al diputado independiente Antonio Zamorano Herrera, ex cura de Catapilco (3,36%). En el Congreso Pleno el Partido Radical -el partido de la Masonería- votó por Alessandri, dándole la espalda al hermano Salvador Allende, ex ministro de Aguirre Cerda.

El gobierno de los gerentes

La receta de Jorge Alessandri fue trasladar al gobierno los métodos de administración de la empresa privada para “gerenciar” la crisis que vivía el país. Por eso su administración fue conocida como el “gobierno de los gerentes”. Desde luego, la gran empresa -nacional y extranjera- fue beneficiada con las medidas de ese gobierno. Aunque representante de la oligarquía, Alessandri practicaba una forma de vida sobria y mesurada, bien distinta de la ostentosa conducta del actual candidato de la oligarquía. Alessandri vivía en un departamento de la calle Phillips, frente a la Plaza de Armas, y caminaba diariamente hasta La Moneda. Los fines de semana los pasaba en una parcela cerca de Santiago a la que viajaba en su automóvil particular. Aún no llegaba al país el huracán financiero del neoliberalismo que más tarde traería la dictadura militar-empresarial, agudizando la desigualdad y provocando la transnacionalización de la economía. En el período post dictadura, otro empresario, Francisco Javier Errázuriz, intentaría comprar el sillón de O’Higgins. En 1989 obtuvo poco más de un millón de votos (15,43%), pero fue superado por el heredero de la dictadura, el ex ministro de Hacienda Hernán Büchi (29,40%), y por el democratacristiano Patricio Aylwin Azócar (55,17%), cuya presidencia inició la ronda de gobiernos de la Concertación que se prolonga hasta hoy.

La Concertación en cifras

El sucesor de Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, no tuvo problemas. Fue elegido en 1993 con mayoría absoluta: 57,98% (4 millones 40 mil 497 votos). Pero de nuevo un empresario y candidato de la UDI trató de ganar la Presidencia: Arturo Alessandri Besa (24,41%), sobrino de Jorge Alessandri, ex cónsul de la dictadura en Singapur. Entretanto, José Piñera Echenique, hermano de Sebastián, ex ministro de la dictadura, alcanzó el 6,18%. Este Piñera fue el creador de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) que entregaron al capital privado nacional y extranjero los fondos previsionales de los trabajadores chilenos. Parte considerable de esos recursos, unos 50 mil millones de dólares, los han invertido las AFP en el exterior, sobre todo en Estados Unidos. Además, como ministro de Minería, José Piñera promovió la Ley Minera que abrió las puertas a una inversión extranjera que casi no tributa en el país. Solamente en el año 2006 las compañías extranjeras del cobre ganaron 20 mil millones de dólares. Esas utilidades son colosales si se considera que superan las inversiones brutas en la minería de Chile en los 30 años anteriores. El caso más escandaloso son las ganancias de la minera La Escondida, una empresa australiana. Finalmente, como ministro del Trabajo de la dictadura, José Piñera fue autor del Plan Laboral, un conjunto de normas que hicieron polvo los derechos y conquistas de los trabajadores chilenos, desarticulando la organización sindical. Pero la situación de la Concertación se hizo difícil a partir de Frei. Su sucesor, Ricardo Lagos Escobar, ex radical, militante part time del Partido por la Democracia (PPD) y del Partido Socialista, no alcanzó la mayoría absoluta en 1999. Llegó sólo al 47,96% (3.383.339 votos). Pisándole los talones estuvo el candidato de la UDI, Joaquín Lavín (47,51% y 3.352.199 votos). La candidata comunista Gladys Marín logró 3,19% y el humanista Tomás Hirsch 0,51%. Aunque la dirección del PC llamó a anular o votar en blanco en la primera experiencia de balotaje, gran parte de su votación apoyó a Lagos, que ganó por nariz (51,31%) a Lavín (48,69%). Las dificultades concertacionistas se repitieron el 2005, enfrentando a una derecha dividida. La socialista Michelle Bachelet obtuvo 45,96% contra 25,41% de Sebastián Piñera (Renovación Nacional) y 23,23% de Joaquín Lavín (Unión Demócrata Independiente, UDI). La suma de los candidato de la derecha superaba a Bachelet (48,64% contra 45.96%). Pero esta vez el Partido Comunista, que había apoyado al humanista Tomás Hirsch (5,40%), llamó a votar por Bachelet. El PC le presentó algunas “condiciones”, entre ellas la reforma de la Constitución y el cambio del sistema binominal, temas de la legislación laboral y de protección del medioambiente, aceptadas de inmediato por la candidata y su comando. De esa forma -aunque Hirsch llamó a votar nulo- Michelle Bachelet pudo derrotar a Piñera por 53,50% contra 46,50%. Así llegamos a la sombría situación que hoy encara la Concertación. Sin dudas el peor resultado de uno de sus candidatos presidenciales es el 29,60% que el 13 de diciembre obtuvo Eduardo Frei. Deberá definir en segunda vuelta con un Piñera que se presenta con el 44,05%. Sin embargo, surgen dudas si ese porcentaje es el máximo que puede alcanzar el candidato de la derecha, o si tiene posibilidades de crecer succionando la votación de Enríquez-Ominami, de la cual nunca estuvo muy distante. Los propios analistas de la derecha, luego de la euforia inicial, han advertido que la fortaleza de Piñera puede ser una ilusión óptica. En efecto, su 44,05% es inferior al porcentaje alcanzado por la derecha en 1989, 1999 y 2005. Asimismo, parte considerable de la votación de Marco Enríquez-Ominami (20,13%), proviene de la Concertación y de sectores de Izquierda que votarían por Frei ante el peligro de una victoria de la derecha. El desplazamiento de votos hacia el candidato de la Concertación ya comenzó con el Juntos Podemos (Partido Comunista, Izquierda Cristiana y Socialistas Allendistas) que el 20 de diciembre oficializó su apoyo a Frei. El candidato presidencial del JP, el socialista Jorge Arrate, aumentó en 60 mil los votos del sector y obtuvo 6,21% (430.824 votos) que reforzarán a Frei.

La erosión ideológica de Chile

No obstante, se mantiene en pie la amenaza de que la derecha gane el 17 de enero. No sólo por la contundencia de su propaganda que incluye los medios de comunicación más influyentes del país. Ellos se encargan de mantener viva la imagen de triunfo irreversible de Piñera. Asimismo, es un hecho que hay una percepción de agotamiento de la Concertación y un deseo de cambio que no se expresa con coherencia programática. Por ahora se orienta a reclamar “caras nuevas”, una demanda poco consistente que ningún sector político atiende hasta hoy. Sin embargo, Piñera y la derecha “enchulada” la han capitalizado y reclaman por el “cambio”, sobre todo después del eclipse de Enríquez-Ominami. En rigor, una eventual victoria de Piñera sería producto de un largo proceso de erosión ideológica y política, que ha preparado el terreno -después de la terrible experiencia de la dictadura- para que el país asimile un gobierno de derecha. La responsabilidad de ese proceso, destinado a borrar la voluntad democrática del pueblo, se debe al efecto en la conciencia y la cultura chilena de la economía de mercado que implantó la dictadura y que ha perfeccionado la Concertación. Esta suicida política económica y cultural, ha destrozado los cimientos humanistas y solidarios de partidos como el Socialista y el Demócrata Cristiano. A eso hay que añadir la acción desplegada por la propia derecha, orientada a hacer creer que ya no existen ideologías ni tendencias políticas y que hay un solo sistema económico, social y cultural posible: el sistema capitalista. Esa línea estratégica de la propaganda de la derecha, cultivada por sus medios de comunicación, por sus centros de investigación y universidades, fue asimilada por la Concertación, que la hizo suya. Lo mismo sucedió con el movimiento “díscolo” de Enríquez.Ominami que creyó en el espejismo de un pacto social que superaría las contradicciones de clase y las diferencias ideológicas, dormidas pero más profundas que nunca. Lo de Enríquez-Ominami fue un pastiche en que ricos y pobres, explotadores y explotados, conservadores, liberales y socialistas, cohabitaban en un mismo proyecto. A la Izquierda también cabe responsabilidad en la indigencia ideológica, política y cultural a que nos arrastraron la dictadura, la Concertación y la derecha. No sólo se ha prolongado (y agravado) el mosaico que fragmenta a las fuerzas populares. Sus sectores más sólidos no han sido capaces siquiera de dedicar esfuerzos serios a la formación política y a la propaganda anticapitalista, prioritarias en este período. Un tufillo fascistoide brota así de la operación política y mercantil que ha tratado de lavar el cerebro de los chilenos. Su instrumento principal es la UDI, cuyos 40 diputados la convierten en el principal partido de Chile. Su bancada parlamentaria refleja un audaz trabajo desplegado en la base social por la extrema derecha, heredera sin remilgos de la dictadura militar. Ejemplo de aquello es que Piñera recibió el 42,31% de los votos en las diez ciudades con mayor desempleo del país y el 51,02% en las diez comunas con mayor tasa de pobreza, entre ellas las comunas mapuches. (Estudio estadístico de El Mercurio, 15 de diciembre). Es cierto que en el plano de la economía, salvo terminar de privatizar lo que han dejado la dictadura y la Concertación, un gobierno de Piñera no se diferenciaría mucho de uno de Frei. Pero habría cambios regresivos en otros ámbitos. Por ejemplo, en derechos humanos. Dictaría una amnistía para militares ya condenados o se interrumpirían los procesos de otros criminales y torturadores. En el ámbito sindical se impondrían la flexibilización laboral y otras medidas para debilitar el movimiento de los trabajadores. La represión a la lucha social sería aún más dura. Detrás de una pretendida defensa de la “seguridad ciudadana”, se levantaría un Estado policial. Piñera se declara admirador del gobierno de Colombia y de sus métodos. Visitó Colombia en julio de 2008 y recorrió ese país en el avión presidencial, acompañando a Alvaro Uribe y al entonces ministro de Defensa, José Manuel Santos, hoy candidato presidencial. En octubre pasado, Santos envió a Chile a tres miembros de su comando, Juan Carlos Echeverry, Tomás González y Santiago Rojas, para estudiar la campaña y el estilo de Piñera. “Los problemas en Chile y Colombia no son tan distintos. A ambos países les preocupa la seguridad ciudadana y el gasto social en salud y educación”, declaró uno de los asesores de Santos. El gobierno de Uribe ha generado el más delicado problema que hoy enfrenta América Latina al firmar con EE.UU. un convenio que resigna la soberanía colombiana para permitir la instalación de siete bases militares norteamericanas. Si Piñera es elegido presidente, alineará a Chile junto a Colombia y otros países de la región que han arriado la bandera de la dignidad latinoamericana. Peligrosa tendencia que viene tomando fuerza a partir del golpe de Estado en Honduras, y que busca configurar un bloque contra Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, los países de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América (Alba). La peligrosa situación interna y regional que se crearía si la derecha gana las elecciones en Chile, legitima la necesidad de cerrar el paso a esta maniobra de la oligarquía. La realidad indica que no hay otro camino que votar por Frei… Y ponerse a trabajar en una alternativa de Izquierda que permita librarse del cepo del “mal menor”.

(Editorial de “Punto Final”, edición Nº 701, 24 de diciembre, 2009)
www.puntofinal.cl
www.pf-memoriahistorica.org

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La derecha, a la reconquista de La Moneda




En su última visita a Chile, el 16 de septiembre, José María Aznar acompañó a Sebastián Piñera durante una jornada de trabajo político en la Universidad Católica y expresó su deseo “ferviente” de que el candidato de la Coalición por el Cambio sea el próximo presidente de este país. Aznar esgrimió dos motivos para proclamar su apoyo al representante de la derecha y no al de la Concertación, Eduardo Frei (dirigente del Partido Demócrata Cristiano, aliado tradicional del Partido Popular): la necesidad de la alternancia después de veinte años de gobiernos de la Concertación y el “insólito” acuerdo alcanzado por la coalición gubernamental con el Partido Comunista (una lista compartida para las elecciones legislativas con los objetivos de elegir diputados comunistas por primera vez desde 1973 y lograr una mayoría suficiente frente a la derecha para emprender las reformas democráticas pendientes).

Con el impulso de gobernar las principales ciudades (Santiago, Valparaíso, Concepción, Viña del Mar) y el apoyo incondicional de los grandes medios de comunicación y del poder financiero y económico, la derecha aspira a lograr su primera victoria en unas elecciones presidenciales desde 1958, cuando Jorge Alessandri abrió un interregno de seis años entre los cuatro presidentes radicales y el populista Carlos Ibáñez y los periodos reformista de Eduardo Frei Montalva y revolucionario de Salvador Allende. En las dos últimas décadas, sólo en 1999 Joaquín Lavín logró forzar un empate técnico en la primera vuelta con Ricardo Lagos, pero el apoyo en elballotage del electorado comunista otorgó a Lagos la Presidencia, como también sucedió en enero de 2006 con Michelle Bachelet, quien derrotó precisamente a Piñera.

Todas las encuestas conceden a Sebastián Piñera una clara pero insuficiente victoria en la primera vuelta de hoy y trazan un escenario lleno de incógnitas para la segunda, que tendría lugar el 17 de enero y en la que su rival será probablemente el ex presidente Eduardo Frei o el independiente Marco Enríquez-Ominami, cuya inopinada irrupción probablemente pondrá fin a un sistema político bipolar impuesto con el final de la dictadura en 1990.

Piñera es una de las personas más ricas de América Latina. Según el economista chileno Hugo Fazio, se estima que cuenta con activos que rondan los mil millones de dólares sólo si se contabiliza su participación en sociedades anónimas donde figura entre los doce principales accionistas. Los mascarones de proa de su poder económico son la compañía aérea Lan y el canal Chilevisión. Hijo de un destacado militante democratacristiano, economista formado en la elitista Universidad Católica y con estudios de postgrado en Harvard, entre sus primeros negocios estuvo la introducción en el país de las tarjetas de crédito a finales de los años 70. En el decisivo plebiscito del 5 de octubre de 1988 fue una de las contadas personalidades de la derecha política y económica que, como las fuerzas democráticas, votó contra la permanencia de Pinochet en La Moneda durante ocho años más.

Ahora bien, tanto desde el mundo sindical como desde el movimiento de derechos humanos, desde la izquierda como desde la Concertación, advierten de que su victoria supondría una involución en los avances democráticos conquistados a lo largo de estas dos décadas y una concentración peligrosa del poder político, económico y mediático. Porque, en definitiva, Piñera es el candidato de una derecha que se forjó en la sedición contra el socialismo democrático y revolucionario de Salvador Allende, asumió y participó en el proyecto político, económico, cultural y social impuesto por la dictadura militar, ignoró las sistemáticas violaciones de los derechos humanos y aún hoy las relativiza. De hecho, el 10 de noviembre se reunió con más de mil militares jubilados en el Círculo Español y les prometió el final de los procesos judiciales por los crímenes de lesa humanidad cometidos por los agentes de la dictadura, que hoy afectan –según cifras proporcionadas por el Gobierno- a 768 represores procesados, de los que 276 ya están condenados y 53 están cumpliendo penas de presidio.

Sebastián Piñera es militante de Renovación Nacional (RN), que agrupa a los sectores más aperturistas de la derecha, y en estos comicios cuenta también con el apoyo del otro gran partido conservador, la Unión Demócrata Independiente (UDI), una peculiar fuerza creada en los años 80 por Jaime Guzmán, ideólogo del “gremialismo” (el movimiento de masas de la burguesía contra Allende) y principal arquitecto de la “democracia protegida” que Pinochet implantó y que sólo ha sido parcialmente desmontada a lo largo de estos veinte años. Una mirada al directorio de la UDI y también a los históricos de RN conduce a los tiempos más oscuros de la dictadura y esa memoria ha sido un obstáculo hasta el momento insalvable para la derecha.

Es muy probable, pues, que el candidato de la Coalición por el Cambio obtenga hoy la primera mayoría, pero el 17 de enero no le será fácil superar el 46,5% de los votos que ya obtuvo en 2006 contra Michelle Bachelet o el 48,7% que Joaquín Lavín alcanzó en enero de 2000 frente a Lagos, cuando la derecha se quedó a menos de 200.000 votos de reconquistar La Moneda.

Con Piñera en la Presidencia y un gabinete liderado por la UDI y RN no sólo se endurecería el modelo neoliberal, se aplazarían las reformas democráticas y se reinstauraría la impunidad de los asesinos y torturadores de la dictadura. Además, Chile se distanciaría de Brasil, Venezuela o Bolivia y podría aproximarse al papel que desempeñan hoy en la región los gobiernos de países como Colombia o Perú. Así lo vaticinó (a su manera, claro) Aznar en la entrevista que El Mercurio publicó el 20 de septiembre y en la que por cierto aplaudió la instalación de las siete bases militares estadounidenses en Colombia. En las páginas del diario conservador chileno el patrón de FAES dejó dicho: “Hay países sudamericanos que están sufriendo la desgracia del populismo y, políticamente, un salto atrás enorme (…) El resultado electoral de Chile es trascendental…”.

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Un multimillonario y ultrapersonalista que sueña con la presidencia

clarin.com

PERFIL SEBASTIAN PIÑERA

Tiene una fortuna de US$ 1.000 millones. Sus enemigos prefieren llamarlo especulador antes que empresario.


Tragó amargo aquella vez y se prometió aprender de la derrota. Al perder la presidencia de Chile en segunda vuelta frente a la socialista Michelle Bachelet hace cuatro años, el empresario multimillonario Sebastián Piñera vio cómo se le escurría su bien más preciado, uno que no se compra solo con dinero, talento o habilidad para los negocios.

Nació hace 60 años en el seno de una familia demócrata cristiana y los maledicentes dicen que abandonó el partido de Frei para pasarse al derechista Renovación Nacional porque vio que en ese marco no tenía chances de llegar a presidente.

La mitología Piñera lo muestra como el esforzado muchacho de clase media que, merced a su empeño, logró estudiar Administración de Empresas en la Universidad Católica para luego partir con una beca a Harvard, donde se doctoró en Economía. Se fue con su esposa, Cecilia Morel, con quien tuvo cuatro hijos, hoy adultos con títulos universitarios. Los Piñera son además abuelos de tres nietos que suelen ser mentados en sus actos de campaña.

La fortuna de Piñera hoy está estimada en unos 1.000 millones de dólares, luego de haber perdido unos 300 ó 400 millones a causa de la crisis internacional. Sus enemigos prefieren llamarlo especulador a empresario, pero en lo concreto, su patrimonio fue forjado en negocios financieros, inmobiliarios y bursátiles a los que en los últimos años sumó el rubro de la telecomunicación y el fútbol. Entre sus empresas está LanChile, el club Colo Colo y el canal de TV Chilevisión.

En 1988, y en un hecho que en el día de hoy le sirve como credencial democrática inigualable, Piñera militó por el NO a la permanencia de Pinochet en el poder, en el plebiscito que dividió aguas en Chile. Un año después se convirtió en senador. En 1992, en lo que se conoció como el Piñeragate, conoció de qué son capaces los servicios de inteligencia cuando se hicieron públicas unas grabaciones en las que hablaba con un amigo sobre el mejor modo de "bajar" a una candidata de su partido para evitar que le hiciera sombra.

En 2006, la compra de unos 3 millones de acciones de Lan habiendo hecho uso de información privilegiada le valió una tremenda multa del organismo competente pero no la cárcel. "Piñera hace cosas alejadas de la ética, pero conoce muy bien las leyes, nunca hace nada ilegal en Chile", dijo un encumbrado político chileno a este diario. Hiperkinético y ultrapersonalista, confía mucho en él mismo y es algo reacio a escuchar a otros. Se lo suele comparar con Berlusconi y con Macri, por su vida a caballo de la política y los negocios, aunque es menos burdo y grosero que el italiano y no heredó su fortuna como el argentino.

Con la mirada siempre puesta hacia EE.UU., de las campañas del norte aprendió que para capturar votos hay que diluir las ideas y buscar siempre el centro. Por eso, asociado con los pinochetistas de la UDI, el candidato más ligado al liberalismo económico y el mundo privado, se llenó la boca esta vez hablando del lugar del Estado y de la continuidad de los planes sociales de la presidenta Bachelet: si hay alguien que conoce los estudios de mercado es Piñera y en Chile hoy la mujer que le sacó de las manos su mayor ambición es la política favorita de los chilenos.

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Piñera defendiendo a Pinochet.


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